El buitre
La nublada tarde no hace más que entristecer el momento, como si es que se pudiera empeorar dicho momento... por lo menos las nubes lo intentaban. Era un día lúgubre demasiado oscuro para mi familia, porque aunque nadie lo decía todo sabíamos exactamente qué estaba pasando. Mi hermano había sobrevivido a la operación.
Muchos pensaran que nada de malo tiene que una persona consanguínea no muera ante un operativo médico, pero carecía mucho de ser beneficioso en cualquier sentido. Mi hermano, si es que lo puedo llamar un hermano, no es ningún ser humano, es una bestia, un retrasado, que no hace más que martirizar nuestra existencia.
Desde que llego en esta ya de por sí difícil vida, nos veía con sus ojos rasgados que tan diferentes eran de los demás. Nuestros padres no lo dicen, pero ellos sufren y desean más que yo que esa pequeña bestia pase a mejor vida o por lo menos que nos deje de dar mala vida. Porque eso es lo que nos da, mala vida, sus tratamientos para que pueda seguir succionando nuestra savia que tan valiosa es cuestan más de lo que uno podría imaginarse y su enfermedad hace que tengamos que vaciar en él todas nuestras energías.
Nada decimos sobre el tremendo alivio que nos haría al irse y que la operación fallara era nuestra esperanza y anhelo más grande. Es por eso que se lo dimos al médico más económico que pudimos encontrar, con la excusa de que nuestro presupuesto no alcanzaba para más, dicho médico resulto ser un prodigio con el bisturí que cobraba poco por su “nobles” intenciones, un amigo de mi padre nos lo había recomendado confundiendo nuestro oscuro empeño. Nosotros creímos que nos entendía, creímos que sabía que hacíamos esto por compromiso de ser humano, pero yo ya no sé qué somos.
Al inicio todos aceptábamos a la condenada bestia, lo vimos como lo que fue, una inocente criatura, una injusticia divina, pero en realidad no era más que un amargo castigo sin sentido de parte de Dios. Al ver nuestra triste realidad, la depresión nos atacó a todos, las cosas de la casa se volvieron grises y el sol jamás volvió a salir, puede que por eso los días nublados ya no me afecten más. Puede que este confundido y sea yo el único inhumano dentro de todo esto, pero no… no, no puedo ser solo yo el único monstruo… le queremos muerto, todos.
La bestia llora, llora a no poder más. Alguien tiene que hacer algo ya. Me acerco a su espeluznante chillido, estoy agotado, pero el ruido me irrita demasiado ya…. Oigo mis pasos y los siento tan pesados que me duele la cabeza de tan solo oírlos y mis ojos ya no ven más allá de lo que está a una mano de mí. Llego a los aposentos del dragón, veo su cabeza endiablada, su pequeño cuerpo demasiado diminuto para su cabeza y esos ojos rasgados que tanto significan. De ahí me invadió la oscuridad, aplique toda la fuerza que jamás había usado en toda mi vida para terminar el sufrimiento, oía sus rechinantes aullidos, uno tras otro, hasta que deje de oírlo… Solo ahí supe que había terminado. El monstruo ya no estaba… ¿No?
La nublada tarde no hace más que entristecer el momento, como si es que se pudiera empeorar dicho momento... por lo menos las nubes lo intentaban. Era un día lúgubre demasiado oscuro para mi familia, porque aunque nadie lo decía todo sabíamos exactamente qué estaba pasando. Mi hermano había sobrevivido a la operación.
Muchos pensaran que nada de malo tiene que una persona consanguínea no muera ante un operativo médico, pero carecía mucho de ser beneficioso en cualquier sentido. Mi hermano, si es que lo puedo llamar un hermano, no es ningún ser humano, es una bestia, un retrasado, que no hace más que martirizar nuestra existencia.
Desde que llego en esta ya de por sí difícil vida, nos veía con sus ojos rasgados que tan diferentes eran de los demás. Nuestros padres no lo dicen, pero ellos sufren y desean más que yo que esa pequeña bestia pase a mejor vida o por lo menos que nos deje de dar mala vida. Porque eso es lo que nos da, mala vida, sus tratamientos para que pueda seguir succionando nuestra savia que tan valiosa es cuestan más de lo que uno podría imaginarse y su enfermedad hace que tengamos que vaciar en él todas nuestras energías.
Nada decimos sobre el tremendo alivio que nos haría al irse y que la operación fallara era nuestra esperanza y anhelo más grande. Es por eso que se lo dimos al médico más económico que pudimos encontrar, con la excusa de que nuestro presupuesto no alcanzaba para más, dicho médico resulto ser un prodigio con el bisturí que cobraba poco por su “nobles” intenciones, un amigo de mi padre nos lo había recomendado confundiendo nuestro oscuro empeño. Nosotros creímos que nos entendía, creímos que sabía que hacíamos esto por compromiso de ser humano, pero yo ya no sé qué somos.
Al inicio todos aceptábamos a la condenada bestia, lo vimos como lo que fue, una inocente criatura, una injusticia divina, pero en realidad no era más que un amargo castigo sin sentido de parte de Dios. Al ver nuestra triste realidad, la depresión nos atacó a todos, las cosas de la casa se volvieron grises y el sol jamás volvió a salir, puede que por eso los días nublados ya no me afecten más. Puede que este confundido y sea yo el único inhumano dentro de todo esto, pero no… no, no puedo ser solo yo el único monstruo… le queremos muerto, todos.
La bestia llora, llora a no poder más. Alguien tiene que hacer algo ya. Me acerco a su espeluznante chillido, estoy agotado, pero el ruido me irrita demasiado ya…. Oigo mis pasos y los siento tan pesados que me duele la cabeza de tan solo oírlos y mis ojos ya no ven más allá de lo que está a una mano de mí. Llego a los aposentos del dragón, veo su cabeza endiablada, su pequeño cuerpo demasiado diminuto para su cabeza y esos ojos rasgados que tanto significan. De ahí me invadió la oscuridad, aplique toda la fuerza que jamás había usado en toda mi vida para terminar el sufrimiento, oía sus rechinantes aullidos, uno tras otro, hasta que deje de oírlo… Solo ahí supe que había terminado. El monstruo ya no estaba… ¿No?